lunes, 16 de septiembre de 2013

Ubud: una lugar para pasear, vivir y sentir

En esta ciudad, capital cultural de la Isla de Bali, todo parece lindo, desde la habitación en donde te alojas hasta las bienvenidas con flores en los restaurantes. Un buen lugar para relajarse, pasear, comer rico y también para entender por qué Julia Roberts de los tres verbos del título de la película fue ahí en donde amó.


Por Sofi

Volamos a Indonesia los primeros días de mayo. Iríamos primero a Ubud, esa ciudad que yo sólo conocía por la película "Comer, Rezar, Amar". Esa en la que Julia Roberts abandona su trabajo y viaja por el mundo disfrutando de la vida. El avión nos dejo en Kuta donde pasamos una noche y al otro día partimos hacia Ubud.
Llegamos a Ubud a eso de las diez de la mañana y no habíamos puesto un pie fuera de la mini van cuando nos vimos rodeados de varios hombres que nos ofrecían sus hostels. Convencidos de que era mejor mirar primero y elegir después nos abrimos paso entre todos y nos pusimos a caminar. Cambiamos dinero en un casa de cambio  y cuando salimos de ahí nos encontramos con que un señor nos esperaba afuera. Se presentó como Marek y nos dijo que tenía un lindo lugar donde podíamos dormir. Como ofrecía un precio razonable y por algún lado teníamos que partir decidimos seguirlo. Avanzamos por las estrechas veredas de Ubud, uno detrás del otro, intentando no pisar los canastitos de bambú con ofrendas dentro, tipo flores, arroz y dulces. Digo intentado pues yo me lleve puestos al menos uno de cada dos. Cruzamos un umbral, luego otro y de pronto Marek sube unas escaleras y se detiene frente a una hermosa puerta toda tallada con figuras de dioses y animales en varios colores. Irritada, ya pensé que se iba a parar a rezar para luego continuar, cuando lo veo abrir la puerta girarse y decirnos que miremos que luego podemos decidir.
Intentando disimular la felicidad, subimos a la terrazita con una mesita y dos sillas que le hacían juego y entramos a una hermosa y amplia pieza con una cama gigante, una mesita de esas antiguas para maquillarse con espejo y un baño grande también con inodoro y todo. Incluso había papel higiénico! (Ya les contaré en otro post, por qué el inodoro y el papel higiénico me parecieron un lujo).
Nuestra casita en Ubud

No nos demoramos en decidirnos inmediatamente por la pieza pero lo disimulamos bastante hasta que el regateo tuvo como fruto un descuentito en la tarifa diaria. 
Tras cerrar el trato nos bañarnos y nos sentamos en la hermosa terraza, sólo por el gusto de tener una, a leer un ratito. No llevábamos sentados ni un minuto cuando se acercó una señora que nos dijo que era la suegra de Marek y nos pasó un termo gigante con agua hirviendo, nos puso café, azúcar y te, y un hermoso juego de tazas con sus respectivos platitos para que disfrutáramos de la mañana. También aprovechó de decirnos que al otro día el desayuno estaba incluido! No cabíamos en si de la felicidad.
Cuando nos entró el hambre decidimos salir. Las callecitas de Ubud son hermosas, en cada esquina hay una figura, un templo o algo que se parece a un templo (más de una vez nos asomamos en el umbral de un lugar seguros de que era un templo para encontrarnos con el slogan de un spa).
No es un templo, es un spa

Las calles, llenas de ordenadas y de pequeñas tiendas, armaban un conjunto hermoso. Obvio que no faltaron ni los adivinos ni los masajistas que se ofrecieron a hacernos lo mismo que a Julia Roberts. Y es que Ubud luego de la película aumentó considerablemente el turismo y son muchas las mujeres entre treinta y cuarenta años que van en busca de su Javier Bardem y del mismo sabio que le dice a Julia Roberts que hacer con su vida.
Seguimos caminando y nos decidimos por un lindo café con un segundo piso donde nos sentamos en esos sillones en el piso que a mi me encantan y que a Diego no lo terminan de convencer, a tomarnos una Bintang, la famosa cerveza de Bali.
La mejor forma de matar el calor, una Bintang

Luego de caminar un poco mas y dar una ojeada la market, que parecía prometedor, pero nos encontramos con que estaban cerrando y por tanto preferimos dejarlo para otro día. 
En busca de un lugar para descansar, nos decidimos por un bonito restaurante que tenía sillas en un patio interior donde nos sentamos a probar el mojito de Bali. Entramos más por la promoción dos por uno que por el lugar pero resultó ser mas lindo el lugar que rico el trago que tenía más soda y jugo de limón que ron o sabor a mojito.

Mojito balinés

Luego elegimos un lindo restaurante para comer, donde nada más entrar nos pusieron a cada uno una flor en al oreja a modo de saludo, y tras una rica comida nos volvimos a nuestra hermosa pieza a descansar.
Así nos recibían en los restaurantes, con una flor en la oreja

Al otro día ni bien salimos a la terraza, se volvió a acercar la amable señora del día anterior con un desayuno que contenía un plato de fruta, café, leche y dos panqueques con plátano y salsa de chocolate para cada uno. Disfrutamos de ese exquisito desayuno mirando el estanque con peces de colores que había  a un lado de nuestra pieza. Ese día encaramos el mercado. Debo decir que Diego me tiene una paciencia infinita. Primero recorrimos todas las tiendas pues no quería comprar algo sin estar segura de quererlo y todas esas cosas que uno mismo se inventa pero que son solo excusas pues al verdad adoro "vitriniar", es decir, mirar y mirar y bueno, quizás comprar. Luego de un largo rato y de recordarme varias veces de que estábamos recién en la segunda semana de un viaje que sería larguísimo y que no podía comprar todo pues tendría que acarrearlo quien sabe por cuanto tiempo, me decidí por un hermoso vestido, una polera y unos pantalones! Feliz fuimos por una cerveza y un par de juegos de cartas. Luego a comer y a dormir temprano. Al otro día jugaba San Lorenzo muy temprano, por lo que el despertador sonaría a las 7am.

El siguiente día, luego de la victoria de San Lorenzo, nos fuimos a pasear en moto por la Isla. Menos mal que ganó San Lorenzo, si no nuestro día de paseo podía verse gravemente afectado por caras largas y miradas negras de parte de Diego. Puedes ver como fue ese día haciendo click aquí .

Ya llegaba nuestro último día en Ubud. Nos tiraba la playa y nos habían hablado maravillas de las Gili Islands. Pero antes de irnos de ese hermoso pueblo nos quedaban dos cosas muy importantes y características de ese lugar por hacer.
La primera era visitar el Monkey Forest. Este es un bosque cerca del centro de la ciudad que esconde un par de templos y muuuuuchos monos. Notamos que nos estábamos acercando cuando bordeando la calle comenzaron a aparecer estatuas de esos animales de distintas posiciones. Cuando vimos los primeros monitos visualizamos la entrada. En la taquilla de la entrada había un gran cartel que advertía cuidarse de los robos de los monos: no llevar comida ni agua, ni siquiera adentro de la mochila pues los monos la detectarían y acto seguido tomaría posesión de ella. Tampoco los lentes de sol, ni las cámaras estaban a salvo. 
Nos adentramos por el camino mirando divertidos a los simios que efectivamente le robaban agua a los turistas. Ojo, no eran unos pocos, eran cientos de ellos; chicos, grandes, gordos flacos, había de todo. Justo ahí nos topamos con una pareja con la que ya nos habíamos topado en Kuala Lumpur, y nos habíamos cruzado varias veces en la calle, está vez los saludamos pues ya era mucha la coincidencia. Charlamos un rato. Eran una pareja argentina que al igual que nosotros habían estado en Nueva Zelanda, nos dijeron que le lugar estaba hermoso, así que seguimos entusiasmados adentrándonos en el bosque.

Los monos estaban por todos lados. Lejos los más tiernos eran los pequeños que jugaban unos con otros. Tras caminar un ratito llegamos a un lugar donde estaban las estatuas que todos conocemos: tres monos, uno que se tapa la boca, otro los ojos y otro los oídos. Nos quedamos un rato ahí observando las locuras de esos animales que se perseguían, saltaban de árbol en árbol, se mordían y cada cierto tiempo buscaban a algún turista y lo hacían victima de múltiples acosos e incluso robos. Entre risas y miedo las victimas intentaban zafarse de ellos y nosotros intentábamos no soltar sendas carcajadas.
Ciegos, sordos y mudos


Después del Monkey Forest fuimos a pasear por el pueblo y comprar nuestros pasajes a las Gili. Todavía nos faltaba  realizar la segunda actividad.
Para eso compramos unos ticket en la calle y nos dejamos explicar en que lugar del pueblo se realizaría la representación. Se trataba de la famosa opera de Indonesia, cuyo principal atractivo lo forman las bailarinas mujeres cuyas expresiones faciales suelen ser muy intensas. En Ubud se presentaban diariamente alrededor de diez compañías. Nos decidimos por una que se caracterizaba primero porque toda la música la hacían un coro de cien hombres y segundo pues incluía la danza sobre brazas de coco.
Llegamos al lugar unos quince minutos antes y nos acomodamos en unas sillas de plástico que estaban en semicírculo.  De pronto se empezó a escuchar un coro de voces que parecían instrumentos pero de pronto apareció el coro: hombres que cantaban y se mecían con la música, utilizaban su voz, sus pies y sus manos, era increíble. Y luego uno a uno fueron apareciendo los personajes.
Era la historia del dios hindú Rama. Cuenta la leyenda que Rama fue desterrado de su palacio junto a su mujer Sita y a un amigo al bosque. Estando en ese lugar el malvado demonio Ravana, rapta a Sita y se la lleva a su palacio. Mientras Rama y su amigo la buscan  conocen al mono blanco Januman quien hace un pacto con Rama. Si él lo ayuda  a volver a su reino, él encontrará a Sita y le ayudará a recuperarla. Rama cumple su parte y Januman encuentra a Sita y junto al ejercito de los monos la devuelve a los brazos de su amado.
Bailarinas de la ópera balinesa

Justo cuando comenzaba la representación de la batalla entre el ejércitos de Rama y los monos contra los del demonio malvado se largó a llover, o mejor dicho a diluviar. Los actores y el coro siguieron como si nada mientras la mayoría de los espectadores corrió a esconderse bajo los arboles cercanos. Nosotros estábamos tan enfrascados en la historia que no nos movimos de los asientos, y cuando nos dimos cuenta ya era tarde. Lo bueno fue que como todos se corrieron teníamos una vista privilegiada.
La opera concluyó con la esperada danza sobre las brazas de coco pero la verdad es que con la lluvia que había no parecía tan difícil bailar sobre las brazas que de seguro estaban más que apagadas.
Mojados pero muy contentos nos fuimos a la pieza para armar la mochila para el otro día. Ubud nos había encantado pero era hora de continuar el viaje.

3 comentarios:

  1. chofiiiii que lindo el viaje, la cago lo especial que debe ser y lo místico. me encanta ver tus fotos y lo bien que lo estas pasando junto a diego. te mando un beso giganteeeee!!!! se te extraña mucho.

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  2. Hola Sofia! Qué buen relato!
    En febrero voy al sudeste con mi pololo, te acuerdas como se llamaba donde se quedaron en Ubud?
    Gracias!!!

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    1. Si! Claro, se llamaba Depa Guesthouse. Es muy lindo, te lo recomiendo. Saludos.

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